El primer novilunio de marzo era contemplado en la Edad Antigua como un momento transicional en diferentes tribus ibéricas (cántabros, vascones, berones, pelendones…), al igual que en otros pueblos mediterráneos. Entre los romanos, el mes de marzo (Martius) estaba consagrado al dios Marte, quien presidía el inicio de las campañas militares, pero también a otras divinidades femeninas relacionadas con la agricultura, la fertilidad y el ámbito doméstico (Juno Lucina, Cibeles, Matronae).
Esta primera lunación marcaba el final de la época oscura del año (invierno) y el inicio de la época luminosa (verano) y suponía un tiempo de purificación y renovación, en el que la naturaleza resurgía y, con ella, se iba reanimaba la vida social. Como ya se explicó en un artículo anterior, probablemente fuese el inicio del ciclo anual antes de que Julio César modificase el calendario en todos los territorios bajo influencia romana, trasladando el principio de año al 1 de enero.
Autores como Catón, Horacio o Estrabón dejaron constancia de la resistencia de los cántabros y otras tribus del tercio norte de la Península Ibérica hacia la imposición de determinadas normas y costumbres de sus conquistadores, aferrándose a ciertos ritos que se realizaban en esta época. No obstante, en el proceso de convivencia, se fue produciendo un sincretismo entre las creencias y usanzas autóctonas con las aportadas por los invasores extranjeros.
Concretamente, no podemos obviar la influencia de las “Kalendae Martiae” y la “Mamuralia” en el folclore local. Las calendas de marzo se sincronizaban con la aparición de la luna creciente y se llevaban a cabo un conjunto de ritos de purificación y ofrendas a las deidades de la agricultura para que garantizasen la prosperidad. Esta renovación y reactivación del ciclo productivo iba acompañada de cantos y danzas. El recuerdo de aquellos festejos ha permanecido en las “marzas”, que se siguen celebrando en Cantabria, Asturias, León, Palencia, Salamanca, Soria, Valladolid y Vizcaya.
La Mamuralia (14-15 marzo) era una festividad dedicada a Mamurius Veturius, artesano que confeccionó los escudos rituales que estaban colgados en el templo de Marte como garantes de la firmeza del Estado Romano. El herrero pidió que su nombre fuera recordado con cantos y choques de escudos contra lanzas. No obstante, Johannes L. Lydus, escritor bizantino, describió el ritual de homenaje como una representación en el cual un anciano era vestido con pieles de animales y era golpeado con palos. Teniendo en cuenta que Veturius deriva del latín vetus/veteris (viejo), la figura de Mamurius se ha interpretado como una personificación del Año Viejo que ha de ser expulsado ceremonialmente. Como reminiscencia, hemos conservado la tradición de vestir a hombres maduros con pieles de oveja o cabra, los cuales portan cencerros (fabricados por un forjador) para ahuyentar a los malos espíritus y toda influencia negativa.

En el mundo agrícola era el momento en que se hacía la poda, se volvía a sacar al ganado al monte y las gallinas incubaban mayor cantidad de huevos. En Nafarroa Beherea se decía que marzo era el mes de los hombres, precisamente por la asociación con Marte y, en algunas casas, se sacrificaba un gallo por sus cualidades solares. En otros lugares de Euskal Herria, la fortaleza, el coraje y la potencia sexual quedaron encarnadas en la figura de Zezengorri, un bóvido rojizo de carácter colérico que protege las entradas a las cuevas, moradas sagradas y espacios liminales. De ahí que el sacrificio de un buey se contemplase como una ofrenda preciada y apropiada para ganar el favor de Mari. Hacia 1500, Zezengorri fue progresivamente demonizado por su simbolismo erótico y algunas de sus cualidades fueron absorbidas por Etsai (el Diablo folclórico).
Barandiarán, Dueso y Gómez Tejedor señalaron los últimos días de marzo y primeros de abril como un periodo transicional denominado “zozomikate”, “zomomikote” o “ordizegunak”. Se trataba del momento de apareamiento y construcción de los nidos de los mirlos o tordos, aves que tienen una connotación ambivalente y son observadas como augurio.
Las marzas incorporan este sentido iniciatorio en materia sexual como una actividad que forma parte de la adultez, propiciando el cortejo y el emparejamiento, tal y como apunta Caro Baroja. Por su parte, Termiño López-Muñiz, indica que las “Mayas” representarían la contrapartida femenina de estos ritos de paso.
Teniendo en cuenta la organización en base al calendario juliano, las marzas se han celebrado tradicionalmente en tres momentos diferentes: en Navidad, en torno a Carnaval y a principios de marzo o en tiempo de Cuaresma. No obstante, en Vizcaya se han festejado entre los últimos días de febrero y la primera quincena de marzo, atendiendo al calendario lunar.
Originalmente, tanto las comparsas animalescas de los carnavales rurales, los Coros de Santa Águeda y las cuadrillas que participaban en las Marzas estaban compuestos por jóvenes solteros, de 15 años en adelante, que vivían su entrada a la etapa adulta a través de demostraciones de osadía y galantería para atraer el favor de mozas casaderas. Normalmente estaban presididas por un “gizonzarra” o “gizonzaharra” (hombre maduro) que organizaba el grupo y se encargaba de transmitirles las enseñanzas propias de estos ritos de paso. Esta figura de liderazgo también recibía el apelativo de “mozo mayor” o “mayordomo” y solía proponer una serie de pruebas rituales para demostrar la hombría, que podían consistir en pruebas físicas o que requerían estrategia, competiciones de bebida o comida o transgresiones como robar verduras en los huertos cercanos. En función de como hubieran afrontado las distintas ordalías, ejercían un papel u otro en la comitiva. La salida del cortejo solía hacerse desde el Ayuntamiento o el pórtico de la iglesia y se comunicaba a la vecindad con una algarabía acompañada de “relinchos” o “santzos” como muestra de júbilo (onomatopeya “iujuju” o “iujujujui”).
Tras el debut en estas rondas juveniles o mocerías, los jóvenes comenzaban a llevar pantalón largo y camisa, a involucrarse en labores reservadas para hombres o convertirse aprendices de un oficio, a ocupar espacios adultos en acontecimientos sociales y religiosos e involucrarse activamente en la organización de fiestas populares. Muchos eran llamados a filas o se alistaban en el ejército.
En el caso de Euskal Herria, las marzas únicamente se han conservado en el Valle de Karrantza (Bizkaia), particularmente en la franja entre Ambasaguas y Las Bárcenas, así como en Lanestosa. En el pasado también se organizaron en localidades como Turtzios y Arzentales. Fuera de territorio vizcaíno, la única referencia que he podido encontrar ha sido en el Valle de Erro (Navarra).
Las cuadrillas estaban formadas por mozos presididos por un compañero que se cubría el pecho y la espalda con pieles de oveja que se usaban para cubrir los jugos y cabezas de los bueyes, cruzadas con correas donde colgaban esquilas. En ocasiones portaba una máscara hecha con cuero de bóvido. Éste era el encargado de portar el “zarramasko”, una gran rama de acebo (gorosti) adornada con cintas de colores. Esta planta se ha utilizado especialmente para la prevención y tratamiento veterinario de las enfermedades dermatológicas del ganado, colgando sus ramas en el techo de las cuadras.

Los marceros se colocaban y siguen posicionándose en semicírculo ante la puerta de las casas, entonando coplas como la recogida por Dueñas a principios del último cuarto del S.XX, solicitando que les estregaran alimentos:
“Marzo florido seas bien venido, seas bien venido.
Florecido marzo seas bien llegado, seas bien llegado.
A esta casa honrada señores llegamos, señores llegamos,
si nos dan licencia las Marzas cantamos, las Marzas cantamos.
O las cantaremos o las rezaremos, o las rezaremos,
más con su licencia cantarlas queremos, cantarlas queremos.
A lo oído oído damas y doncellas, damas y doncellas,
oiréis las Marzas nuevamente impresas, nuevamente impresas.
Abriréis las arcas daréisnos dinero, daréisnos dinero,
a medios doblones, doblones enteros, doblones enteros.
Si nos dais huevos no los deis hueros, nos los deis hueros,
si nos dais castañas no las deis “garrias”, no las deis “garrias”.
Huevos y torreznos es lo que pedimos, es lo que pedimos
y también dinero para echar un trago, para echar un trago
porque la garganta se nos ha secado, se nos ha secado.
Quédense con Dios, vivan muchos años
y también nosotros los que las cantamos.”
A continuación se improvisaban otras estrofas relacionadas con el donativo solicitado y con la respuesta que recibían de los/as vecinos/as. En el caso de que alguien de la casa visitada hubiera fallecido recientemente o se encontrase enfermo, se sustituía el canto de estas estrofas por una oración por el descanso de las ánimas o la sanación del afectado/a. De ahí surge el planteamiento de la pregunta previa al acto: “Abestu edo errezau?” (¿cantamos o rezamos?).
Después los mozos se reunían para celebrar una comida o cena con los alimentos que habían recogido. A partir de los años 1960 fue perdiéndose paulatinamente hasta dejar de celebrarse a finales de los años 1990. No obstante, se ha podido restaurar esta tradición gracias al impulso de Euskal Folklore Mendi-Harana Kultur Ekartea y estudiosos de la cultura de la comarca de Las Encartaciones.

Un factor que debemos tener en cuenta en la progresiva desaparición de estas celebraciones de carácter profano, pero con un trasfondo simbólico ligado a determinadas creencias folclóricas, es el esfuerzo de la iglesia por sustituir estos ritos de paso por otras ceremonias religiosas.
Hasta 1909, la comunión solía celebrarse con 12-14 años después de la Semana Santa, suponiendo el tránsito de la niñez a la mocedad. Ésta marcaba en muchos casos la finalización de la etapa escolar y la entrada en el mundo laboral. Además, en localidades como Bermeo (Bizkaia), a los niños se les trataba de manera despersonalizada (mutil bardingotxuek) hasta que hacían la comunión y pasaban a tener un reconocimiento individual. Asimismo, se unía como miembro de la comunidad de pleno derecho, compartiendo deberes y obligaciones con otros adultos. Adicionalmente, en pueblos como Berastegi (Gipuzkoa) podían vestirse con ropas más formales y se dejaban crecer el pelo y la barba. En Lapurdi y Nafarroa Beherea existían manifestaciones similares.
Después de que Pío X redujera la edad de comunión a los 7-8 años, en muchas localidades guipuzcoanas y villas de Iparralde se acabaron celebrando dos comuniones: la obligada por la nueva norma de la iglesia (komunio txikie o ttipia) y la que se organizaba antiguamente según las usanzas populares (komunio aundie). La más solemne y con una transcendencia social real era la segunda. En cambio, en el resto de los territorios de Euskal Herria se acabó imponiendo la comunión a edad temprana y la confirmación pasó a ser la ceremonia celebrada durante la adolescencia.
Fuentes consultadas:
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Barandiarán, José Miguel de (1973) Obras completas I: diccionario ilustrado de mitología vasca y algunas de sus fuentes. Gran Enciclopedia Vasca.
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Temiño López-Muñiz, María Jesús (1982). Dos cantos amorosos de primavera: Marzas y Mayas. Narria: Estudios de artes y costumbres populares nº 28, 34-37.
https://blogs.deia.eus/arca-de-no-se/tag/karrantza/
Las Pascuas de Lanestosa (fiesta en una encrucijada cultural) (euskonews.eus)