En el momento en que decidí iniciar el proyecto “Por encima de todas las zarzas” tuve muy claro que era fundamental explicar desde el principio los rasgos distintivos de la sociedad tradicional euskaldun, sus valores, su manera de pensar, sus creencias mágico-religiosas y la forma en la que los/as vascos/as se conducían. Entre otras cosas, porque tanto el lenguaje como la cultura modulan todos estos elementos, confiriéndoles una personalidad particular y una manera determinada de aproximarse al mundo y sus diferentes realidades.
Mis primeros artículos versaron sobre la idea de que “todo lo que tiene nombre, existe”, la importancia del hogar familiar y la comunidad, lo que se considera apropiado y deseable a nivel social, aquello que es mal visto o condenable, cómo esas normas y pautas sociales se encuentran íntimamente vinculadas a las “leyes de Mari” y los códigos de conducta de nuestros espíritus y las bases de nuestra cosmología que, a su vez, se ven reflejadas en la manera de entender y abordar distintas situaciones. Quienes hayan sido observadores probablemente se hayan dado cuenta de que procuraba utilizar refranes populares o fórmulas antiguas como título de mis artículos, bajo la premisa de ir introduciendo esa sabiduría popular transmitida desde la oralidad.
Sin embargo, me temo que esto ha pasado completamente desapercibido para muchos/as seguidores/as. Algunos/as quizás lo consideren intrascendente o poco útil para sus intereses personales y/o la manera de entender su camino mágico. No obstante, considero que merece la pena detenerse a reflexionar sobre la importancia de tomar consciencia de ciertos valores a la hora de acercarse a una senda espiritual que va íntimamente ligada a una forma de vivir y conducirse en la relación con los demás.
A menudo, especialmente entre determinados descendientes de la diáspora vasca e individuos vinculados al mundo esotérico, me encuentro con personas que se sienten fascinadas por elementos folclóricos que resultan exóticos, por los mitos románticos que se han divulgado a lo largo del tiempo, por lo que resuena con sus apetencias o se encuentra alineado con determinadas tendencias sociales o modas modernas. Su aproximación superficial y, en algunos casos, meramente utilitarista, denota una falta de interés hacia la verdadera esencia de la tradición, así como una falta de disposición a asumir las implicaciones éticas y las renuncias o sacrificios que conlleva.
El problema de quedarse en la superficie y no hacer un esfuerzo de comprensión holística de una realidad social y espiritual compleja, es que luego esa gente se acaba haciendo esquemas mentales equivocados y va transmitiendo ideas desvirtuadas a otras personas que se aproximan por primera vez a la cultura o alguna de sus manifestaciones, incluyendo su vertiente mágico-religiosa.
En consecuencia, tanto quienes procuramos ofrecer una divulgación seria, como aquellos/as que preservamos cuidadosamente determinados conocimientos y prácticas con un sustrato folclórico, nos vemos en la tesitura de tener que desmentir estas falsedades aportando una gran cantidad de evidencias. A menudo, teniendo que hacer frente a comentarios ofensivos y actitudes poco respetuosas hacia el esfuerzo ajeno cuando, en realidad, somos nosotros/as quienes tenemos que aguantar la falta de educación y consideración hacia nuestra idiosincrasia local. Poniendo un símil visual, es como si un extraño viniera a decirnos a la puerta de nuestra casa cómo gobernarla y administrarla. Y en el peor de los casos, como si nos hubieran robado un preciado tesoro custodiado durante generaciones que se dedican a exhibir como suyo a ojos del público sin pudor alguno.
Por fortuna, no todo es como he descrito anteriormente. De lo contrario, no seguiría mereciendo la pena sacrificar parte de mi tiempo de descanso a desarrollar nuevos contenidos y organizar encuentros donde poder conocer a personas que sí son respetuosas y muestran un interés auténtico por aprender y compartir conocimientos.
Lo que ha cambiado para mí en estos últimos meses es el valor que le doy a esa entrega por lo que ha implicado a muchos niveles. También soy más consciente de que no todo el mundo está preparado para asimilar determinada información contraria a sus esquemas de conocimiento y/o principios morales por sus características individuales o el momento vital en el que se encuentra. Igualmente, puede que lo que la persona desea en su idealización, en realidad no sea ni adecuado ni asumible para ella. En este sentido, uno/a debe hacer un ejercicio de sinceridad consigo mismo/a y ser consecuente con las conclusiones a las que llegue a la hora de valorar lo que esa opción puede aportarle (por lo que supone en cuanto al aprovechamiento de su tiempo y esfuerzo personal, como por sus consecuencias sociales).
Dicho esto, me gustaría poner sobre la mesa una serie de consideraciones que pueden servir como punto de partida para quien tenga interés en aproximarse con honestidad a las tradiciones locales y la diversidad de sus manifestaciones mágico-religiosas.
Las creencias populares son representaciones sociales, fuertemente influenciadas por la historia y desarrollo cultural de un pueblo. Dichos esquemas incorporan conceptos, significados, valores y prácticas relativas a objetos, individuos y diversos ámbitos de la vida. Suponen elementos de orientación a la hora de percibir e interpretar distintas situaciones en un contexto determinado, condicionando las respuestas o acciones para adaptarse a ese entorno. Muchas veces las creencias son tomadas como meras supersticiones por su componente subjetivo, entendiendo que al tratarse de convicciones, afirmaciones o hechos no probados científicamente son menos valiosos e incluso despreciables por su aparente irracionalidad. Sin embargo, muchos/as no son conscientes de que tras lo que ellos consideran ilógico o infantil, en realidad queda preservada una lógica interna perfectamente coherente dentro de la cosmovisión construida colectivamente por ese grupo humano.
Quienes mantienen determinadas creencias y perpetúan la transmisión de ciertos saberes populares y costumbres no son ignorantes: son capaces de distinguir el razonamiento formal y la evidencia del pensamiento simbólico y experiencias más subjetivas, con un carácter más emotivo. Nuestro cerebro está biológicamente preparado para procesar ambas formas de explorar el mundo: el hipotético-deductivo y el intuitivo. Ambos sistemas de procesamiento nos han servido para sobrevivir y evolucionar. De hecho, dos de los elementos que nos hacen precisamente humanos son el pensamiento figurativo y el lenguaje (en cualquiera de sus modalidades). No obstante, la predominancia del racionalismo heredado del movimiento ilustrado nos ha llevado a una progresiva desacralización del mundo natural, a un abandono del simbolismo y a un rechazo del pensamiento mágico. Todo ello ha generado una serie de resistencias a dar cabida a otra manera de entender e interactuar con nuestro entorno.

En las leyendas y cuentos populares ya no apreciamos su belleza mito-poética ni el conocimiento escondido tras metáforas y sutilezas: solo vemos fantasía y entretenimiento. Nos acercamos a esos relatos desde la literalidad, sin saber cómo extraer las perlas de sabiduría que nadan en una estructura discursiva orgánica, permeable a distintas influencias y sensibilidades a lo largo del tiempo. Además, quienes se sienten incómodos/as ante la jerarquización, dogmatismo y proselitismo que perciben en las religiones monoteístas, tienden a desmerecer narraciones en cuya superficie encuentran elementos característicos de las mismas, perdiéndose lo que se esconde más allá de lo evidente. Esto dificulta enormemente la posibilidad de rescatar esos tesoros y recuperar el sentido original de la cosmología precristiana, así como los pilares fundamentales de determinadas costumbres o prácticas. No debemos obsesionarnos con una idea romántica e inalcanzable de “pureza”, desvalorizando el sincretismo bien entendido, sino analizar atentamente la manera en la que esa confluencia de distintas procedencias ha dado lugar a un entramado con entidad propia. Tampoco podemos ser tan ingenuos de buscar certezas absolutas en cuestiones que pueden prestarse a distintas interpretaciones. Cada persona tendrá que decidir críticamente qué es lo que más le convence.
Por otra parte, hay que tener presente que no todos los individuos que participan en la reproducción de determinadas costumbres mantienen necesariamente unas creencias en torno a ellas. La costumbre va ligada al hábito, el cual va generando una serie de disposiciones relativamente permanentes y transferibles tanto a otras personas como a otros momentos del tiempo. El hábito puede dar lugar a un proceso de desensibilización, llevando a la repetición no consciente de determinadas palabras y actos. En este sentido, a la hora de acercarse a un/a paisano/a, es preciso verificar desde qué óptica aborda su forma de involucrarse y cuáles son sus auténticas motivaciones. Así pues no conviene presuponer nada de entrada: nos encontraremos con locales que participan en ritos populares porque se sienten identificados con una herencia cultural que se ha pasado de generación en generación; con otros/as vecinos/as que han puesto interés en conocer el origen de determinadas tradiciones profanas; con unos/as pocos/as que realmente están dispuestos a implicarse verdaderamente en la recuperación, mantenimiento y transmisión de ese conjunto de narraciones orales, composiciones escritas, manifestaciones artísticas, hechos antiguos, festividades, doctrinas, aproximaciones vitales, rituales folclóricos, ceremonias sagradas, etc
De nuevo me gustaría subrayar la importancia de la comunicación oral, la observación participante y la interacción directa como vías de aprendizaje experiencial. El mero conocimiento academicista suele resultar incompleto por la falta de contexto y la imposibilidad de visualizar y encarnar algo que no se ha vivido en carne propia. Esto no quita que podamos (y debamos) consultar fuentes escritas de diversa procedencia y pertenecientes a distintas disciplinas que nos ayudarán a sustentar o desmentir determinadas suposiciones o afirmaciones desde una aproximación integral. Por propia experiencia, lo más sabio es centrarse lo más posible en el área geográfica de mayor interés, bien sea porque se ha nacido o residido allí, por la conexión ancestral que mantenemos con ese territorio o porque estamos en proceso de integrarnos en una nueva comunidad.
Lo más inmediato es focalizarse en el reconocimiento físico del entorno, atendiendo a su orografía, su flora, su fauna, los accidentes geográficos más destacados, los elementos singulares del paisaje y sus habitantes… El siguiente paso es indagar en los factores sociales y culturales: lengua y dialecto hablado, composición de la población, rasgos culturales propios, historia de la región, leyendas y folclore de la zona, formas de ganarse la vida y convivir en sociedad, valores éticos y morales de la comunidad, etc Averiguar los gustos y costumbres de los vecinos siempre ayuda a propiciar una interacción más fluida y evitarse situaciones incómodas que pueden dar lugar a malentendidos e incluso al completo rechazo.
Todo esto es mucho más valioso para entender la esencia que alimenta una tradición, tanto en su vertiente profana como mistérica. Centrarse en imitar costumbres, ritos, técnicas, fórmulas y “recetas”, apoyándose en los elementos que resultan atractivos estéticamente o que subjetivamente consideramos que pueden a ser más efectivos para lograr unas metas egoístas por la vía rápida, no es una manera respetuosa de acercarse y tratar de formar parte de un sendero tradicional. Conviene preguntarse qué estás dispuesto a hacer y entregar de ti mismo para ganarte un lugar legítimo y merecido.
En la mentalidad tradicional cada pieza que configura la comunidad es importante, sea cual sea tu talento o el rol que desempeñas en ella. Es tan valiosa la labor de un/a campesino/a o un/a guardabosques, como la de un/a artesano/a, un/a profesional liberal, o el ama de casa que se preocupa del cuidado de sus seres queridos. Todo el mundo suma y comparte lo que tiene porque nunca se sabe cuándo y para qué puedes necesitar asistencia en el futuro. El reconocimiento que vas a conseguir no va ligado a un determinado cargo o etiqueta social, sino a tu esfuerzo genuino y lo que verdaderamente reside en tu corazón.
Si lo que esperas es obtener un determinado rendimiento en el menor tiempo posible, este no es tu camino. Precisamente una senda espiritual tradicional es algo que se forja a fuego lento. Si te interesa introducirte en alguna práctica mágica tradicional, hazlo con paciencia, tesón y disfrutando de cada pequeña experiencia o acto simbólico. Recuerda que no puede desligarse de una visión cosmológica determinada, unos valores y códigos de conducta, una manera de vivir y contribuir a tu comunidad de referencia. Profundiza en ella de forma significativa, integradora y sostenible, respetando el equilibro en ese ecosistema de relaciones y asumiendo los límites, tanto propios como ajenos.
Necesidad de hacerse con un pensamiento simbólico.
Basajaun el vasco no cristianizado ni romanizado ?
Desde mi punto de vista, el Basajaun es una reminiscencia de una entidad primigenia que probablemente surgió a finales del Paleolítico, suponiendo un ancestro mítico de las antiguas sociedades cazadoras-recolectoras. Si pones atención a las leyendas, se le atribuye el conocimiento de los primeros avances tecnológicos del Neolítico, pero sigue manteniendo una vida salvaje en los bosques. Esto nos ofrece indicios de su origen y verdadera naturaleza, antes de que recibiera la influencia de otros pueblos y cultos que convivieron en nuestro territorio.
San Martin Txiki, refleja eso, una “cristianización” . El roba “secretos”, previos…
Conoces el ritual de la begiskona ? Que crees que era Basajaun ?
Hola Fernando:
Imagino que te refieres al “begizkune” (eliminación del mal de ojo). Sí que conozco el ritual. Puedes informarte en el libro de “Begizkoa: mal de ojo” de Anton Erkoreka.
Sobre el Basajaun escribí un artículo donde hablé de este personaje y ofrecí mi opinión: https://porencimadetodaslaszarzas.com/2017/07/31/jentilak-gentiles-gigantes/