* En este post se hace un análisis amplio de la película, incluyendo aspectos de la trama que pueden aportar información reveladora a quienes no hayan visto el largometraje. Si prefieres no saber nada para que no condicione tu percepción sobre la misma, recomiendo que leas esta entrada a posteriori.*
Este fin de semana tuvo lugar el esperado estreno de “Irati”, de Paul Urkijo. Este director alavés ya demostró en “Errementari” su capacidad de integración de los relatos míticos en narrativas históricas, sin dejar de lado las tensiones comunitarias locales y profundos dramas personales de determinados individuos que no se pliegan a los estándares sociales y morales.
En esta ocasión, Urkijo se ha inspirado en la novela gráfica “El ciclo de Irati” de J. L. Landa y J. Muñoz y en los pasajes históricos previos al nombramiento de Eneko Aritza (Iñigo Arista) de la dinastía Íñiguez como primer rey de Pamplona para dar forma a una historia épica, con elementos fantásticos característicos de las novelas clásicas de espada y brujería.
Al inicio, se presenta a Eneko, padre del protagonista, organizando a distintas familias vasconas para hacer frente a la amenaza de los Francos liderados por Carlomagno, que ya habían arrasado y quemado la capital navarra. También solicita el apoyo militar de los Banu Qasi, familia muladí descendiente de un conde hispanorromano que se convirtió al Islam y dominó el valle medio del Ebro, incluyendo las localidades de Tudela, Tarazona y Ejea de los Caballeros, entre otras.

Para quienes no estén demasiado familiarizados con la situación política de Navarra en el S.VIII, cabe mencionar que Mutarrif ibn Musa (Banu Qasi) fue gobernador de Pamplona hasta su asesinato por un miembro de la familia Belasko o Velasco, clan que se había convertido al cristianismo y apoyaba a los Francos. Por su parte, Otsoa Lupus II, duque de Vasconia Continental y Aquitania, gobernaba de manera independiente a los Francos y quería mantener esa hegemonía a toda costa.
De ahí que en la película se muestre a los Belasko como opositores y a Otsoa como aliado en la batalla de Errozabal (Roncesvalles), acontecida en el 778 en el Alto de Ibañeta, siendo una contienda decisiva para el futuro de los vascones al conseguir vencer a las tropas de Carlomagno.
En cuanto al estado de las creencias religiosas, es preciso considerar que el cristianismo penetró en el s.III a través del Valle del Ebro, llegando hasta Pamplona. Allí habitaban los “ager vasconum”, es decir, quienes ocupaban la zona sur y media, se dedicaban a la agricultura y el comercio y habían recibido mayor influencia romana. La primera sede episcopal se fundó a finales del S.IV en la zona del corredor del Bidasoa. La primera catedral se construyó entre el S. V y VI sobre el foro romano de la capital. Sin embargo, el cristianismo no empezó a lograr cierta penetración en las zonas rurales hasta el s. VII-VIII, con parroquias aisladas entre sí.
Los territorios más difíciles de cristianizar fueron aquellos que ocupaban los “saltus vasconum”, los vascones que residían en las montañas y practicaban la ganadería de subsistencia, al abrigo de cuevas y refugios naturales. Éstos habían recibido una romanización relativa y habían mantenido intercambios con diversos invasores cuya huella cultural fue mínima. Por tanto, sus costumbres y creencias nativas, se habían visto menos deterioradas.

y otras tribus vecinas (Autrigones, Caristios, Várdulos, Berones,
Aquitanos e Íberos)
El primer gran culto cristiano que se instauró en la Sierra de Aralar y el corredor de Arakil fue el de San Miguel. No obstante, el cristianismo no se consolidó como fe hasta el siglo X, convirtiéndose en un rasgo identitario de una amplia mayoría de los habitantes de los antiguos territorios vascones (Navarra; una pequeña parte de Guipúzcoa; una parte de la Rioja; la Jacetania y una porción de la actual Zaragoza, hasta Alagón).
“Irati” nos muestra de una manera accesible estas tensiones políticas y religiosas, así como esos espacios grises donde la hibridación cultural y el sincretismo no suponen realmente un problema, salvo para quienes se sitúan en posiciones extremistas.
El mejor ejemplo lo encontramos en la figura de Oneka, madre de Eneko Aritza, quien al enviudar accede a darle un enterramiento pagano a su esposo de acuerdo a las viejas usanzas, a pesar de que Eneko Íñiguez había sido bautizado porque eso beneficiaba su reputación social ante otros nobles cristianizados. Este hecho es motivo de disputa entre varios representantes vascones, pero Oneka es consciente de la sacralidad del pacto que su marido había establecido con la Diosa Mari para asegurar la protección de su comunidad ante la invasión franca.
Posteriormente, Oneka se sacrifica para garantizar la alianza entre los linajes vascones y muladíes, casándose con Musa ibn Fortún (Banu Qasi). De ese modo, logra un apoyo extra contra Francos y partidarios de los Belasko, aunque esta maniobra política luego servirá para poner en duda la “pureza” del linaje de los Íñiguez y la legitimidad de su hijo Eneko Aritza.
Por su parte, tras la muerte de su padre, Eneko Aritza, se ve forzado por mandado de su abuelo a educarse con vascones cristianos al otro lado de los Pirineos. No obstante, a su regreso debe demostrar ante la comunidad que realmente obra como un cristiano, dando sepultura católica tanto a su abuelo como a los restos de su padre.
La apertura del dolmen reabre la fractura entre paganos y cristianos, quienes ya se encontraban enfrentados por el expolio de los recursos del bosque que estaban siendo empleados para levantar templos dedicados al nuevo Dios. La misteriosa ausencia del cadáver provoca el horror de muchos e incendia los debates en la asamblea local.

Eneko comienza un viaje iniciático en compañía de Irati, quien conoce el sendero a la cueva donde su progenitor formalizó el pacto con la Dama. En el transcurso, el protagonista empieza a tomar conciencia del sufrimiento del bosque y las criaturas míticas que aún lo habitan. Asimismo, con la ayuda de Irati, reconecta con las memorias de su pasado y empieza a dar sentido a ciertas visiones.
Por su parte, Belasko, quien quiere hacerse con poder y riqueza sin ningún tipo de reparo moral, envía a sus vasallos para sabotear a Eneko y descubrir si en la gruta se guarda el legendario tesoro de Carlomagno que quedó sepultado en suelo vascón.
Tras sortear diversos obstáculos, Eneko llega a las profundidades de la caverna donde habita Mari y ésta le impone dos condiciones para que pueda cumplir la promesa que le hizo a su padre antes de morir: convertirse en nuevo señor para cuidar de los suyos. El dilema surge al tratar de determinar quiénes son realmente los suyos, después de todo lo vivido.
Las peticiones de la Dama suponen una transgresión hacia lo socialmente deseable y una renuncia hacia una parte de sí mismo. El incumplimiento de ellas puede suponer el fracaso en la misión (con el deshonor que implica) y la maldición de los Íñiguez, poniendo en riesgo aquello que verdaderamente le importa a Eneko.

Por los registros históricos, ya sabemos que el protagonista logró convertirse en jefe de los Vascones, pero la película nos hace testigos del precio pagado por lograrlo y los efectos de ciertas resoluciones individuales sobre el bienestar de una comunidad (en este caso, integrada por seres visibles e invisibles con intereses y prioridades diferentes). El final resulta agridulce, aunque coherente con los hechos objetivos y la narrativa de las historias populares.
Urkijo ha sabido plasmar fielmente los eventos que permitieron la fundación de uno de los principales reinos de la Península Ibérica, mostrando la complejidad socio-política y religiosa de la época. Aprovechando determinados sucesos que no han sido plenamente esclarecidos y que han dado lugar a leyendas como la del “bosque de las lanzas”, se ha permitido la licencia de rellenarlos con referencias míticas como un rasgo más de la idiosincrasia cultural los vascones.
Probablemente inspirado en otros relatos medievales donde los linajes nobles buscaban su validación mediante la asociación con una divinidad o entidad sobrenatural, como es el caso de los Señores de Bizkaia o los Plantagenet, el director ha tratado de ofrecer una explicación mágica a que los Íñiguez lograran imponerse a otras facciones rivales y consolidarse como dinastía.
La introducción de un personaje que hace de nexo entre la realidad mundana y la Otredad, actuando de elemento catalizador para comprender ciertos acontecimientos extraños y misterios ocultos en esos parajes liminales e indómitos, también es un aspecto sumamente atractivo de esta adaptación.
Por otra parte, Urkijo ha sabido entrelazar armoniosamente varios usos sociales, costumbres y tradiciones de este pueblo, dando un especial valor al nombre como una parte indispensable de la identidad (“todo lo que tiene nombre, existe“), a la importancia de la palabra pronunciada y hacer honor a las promesas o pactos. Tal y como reza el refrán vasco: “una promesa es una deuda”. Este dicho se convierte en el “leitmotiv” de la trama principal, mostrando las trágicas consecuencias de no cumplir por completo con lo que se ha acordado.
A todo lo anterior, se suman elementos simbólicos que presiden determinados ritos de paso como los sacrificios animales en los funerales, las normas y prohibiciones a interiorizar para convivir con las entidades míticas y el uso de talismanes o fórmulas protectoras contra los seres de noche.
Paralelamente, se hacen alusiones a la visión múltiple del alma vasca (verdadero Doble, sombra), la manera de entender la reintegración cósmica y la creencia en el Destino, siendo Mari la principal figura que entreteje el devenir de su progenie, independientemente de su naturaleza.
Un aspecto que me ha entusiasmado de la película es que el director ha retratado a los principales númenes y espíritus de la naturaleza sin ese romanticismo que ha caracterizado a la divulgación moderna del legado mitológico euskaldun.
Urkijo representa a Mari en su aspecto más primigenio y fiero, controlando el clima y las energías elementales de la naturaleza, principalmente el fuego porque ella es el rayo en la tormenta que puede calcinar los hogares y el pedrisco que arruina las cosechas. Asimismo, muestra sutilmente alguna de sus manifestaciones zoomorfas, no enseñando nunca su rostro ni recreándose en una feminidad arquetípica. Su gobernanza es firme e imparcial, exige verdad y lealtad, así como el cumplimiento de los deberes (sin excusas).

Adicionalmente, ofrece una visión de las Lamiak como “fatas” terribles, que castigan la intromisión irrespetuosa en sus dominios y no dudan en dar muerte a quienes transgreden los tabús. Igualmente, deja entrever a unos Jentilak peleones y resilientes, que arrojan grandes piedras para defender su territorio y son capaces de volver a levantarse para continuar con su labor aunque estén heridos. Por último, se muestra el dolor de los espíritus vegetales, que son masacrados sin ningún respeto, siendo tratados como meros recursos al servicio de la humanidad.
Otro punto a favor de esta película es el peso de los personajes femeninos y su implicación activa en los hechos, en concordancia con el papel social que representaban en distintas esferas de la vida cotidiana y, en ocasiones, desafiando determinadas convenciones con decisión y coraje.
Desde el punto de vista estético, cabría destacar las panorámicas de las montañas, los bosques, los ríos y las cuevas, que consiguen capturar esa esencia de cuento de hadas. La única pega que encuentro es que no se hayan utilizado más localizaciones en Navarra, siendo ésta la principal región que ocupaban los vascones. Soy consciente de que esto se debe, entre otras cosas, a la ausencia de financiación por parte del Gobierno de Navarra, lo cual me parece una auténtica vergüenza teniendo la oportunidad de mostrar valiosos elementos del patrimonio material e inmaterial de esta región.

La entrada de la caverna principal que se muestra en la película es la Cueva de Leze (Álava), el interior de la gruta es la de Arrikrutz (Gipuzkoa) y las entrañas de la misma son las de Pozalagua (Bizkaia). El espacio donde se rodaron los fragmentos de la batalla de Roncesvalles fue la Sierra de Aralar, en lugar del Alto de Ibañeta. La fortaleza de los Íñiguez se configuró a partir de la estructura del castillo de Loarre (Aragón). En cambio, los bosques sí que se ajustan más al territorio vascón original: Norte de Navarra y parte de los Pirineos Atlánticos (suroeste de Francia). Asimismo, se incorporan hermosos planos generales de la Selva de Irati.
Otros elementos que me han gustado son el vestuario y la banda sonora, aspectos que fueron destacados por los críticos de la Academia de Cine Español, logrando nominaciones a los premios Goya. Es una pena que finalmente no haya conseguido ningún galardón, dada la calidad del trabajo realizado.
Hay algunos detalles relacionados con la interpretación de los mitos y el uso de algunos símbolos que quizás hubiera cambiado, pero, a rasgos generales, pienso que el director ha sabido sintetizar el espíritu de la cosmovisión animista vasca y explicar la evolución de las creencias en suelo euskaldun, dando cabida al sincretismo como una estrategia de supervivencia.
Mi enhorabuena a Paul Urkijo, el elenco de actores/actrices y el personal técnico por esta maravillosa obra.