En el artículo anterior, se hizo mención a lo que popularmente denominamos “leyes de Mari”, pero no se profundizó en el tema, ya que hablar de estas normas de trato y convivencia, implica también abordar el tema de las prohibiciones o tabús. Ambos elementos delimitan un sistema ético particular al que están, a su vez, asociadas una serie de costumbres y protocolos de comportamiento que aún se mantienen en muchos hogares de la zona vasco-pirenaica, en mayor o menor medida.
Pero no podemos sumergirnos en estas cuestiones sin antes definir la naturaleza y personalidad de nuestra Dama. Mari, tal y como la describe Ortiz-Osés, es una Diosa-Madre Pantea (total, que lo abarca todo), de carácter ctónico-acuático (asociada a las fuerzas telúricas y del agua), nuclear (integra en sí misma a otros poderes y los gobierna), omniparente (que engendra y enlaza todo) y polimórfica (aparece con muchos rostros y tiene el poder de transformarse en distintos elementos). Es un númen ligado al cielo y a la tierra, a la vida y a la muerte, con un carácter ambivalente. En su aspecto luminoso, se presenta como una mujer hermosa, elegantemente vestida con un sayón rojo y de largos cabellos que, a veces se está peinando con un peine de oro y otras veces está hilando en su cueva, representando su poder sobre el Destino. En otras ocasiones, se la puede ver como una doncella bella pero humilde con un pie de oca (Reina de la Lamias y del mundo feérico). Otras veces, se la ve surcando el cielo con un carro tirado por cuatro caballos (al estilo del dios Helios), montada sobre un carnero con la luna llena como corona (Dama Blanca), sobre una escoba (Reina de las brujas), como una hoz o bola de fuego enorme (Señora del cielo), como un árbol con contorno de mujer o con distintas figuras de animales (vaca roja, carnero, gato, perro, oca, serpiente, caballo, buitre, cuervo…). En su vertiente positiva, actúa como como dama que enamora, ayuda, ampara, da consejos, otorga bendiciones o tesoros y propicia la fertilidad y la abundancia. En su vertiente oscura, se la representa como una señora hierática, dura, impasible, peligrosa, terrible, que castiga severamente, secuestra, quita privilegios y es capaz de matar a sus propios hijos/as o siervos/as. Su aojamiento y sus maldiciones producen una profunda melancolía, la locura, la inmovilización y el infortunio. Es por tanto, tan venerada como temida. Sus ofrendas preferidas son el pan, la leche, los huevos, la miel, la sidra, los carneros, las prendas tejidas y las joyas. Como presente, también se puede quemar albahaca y romero. Su día de culto, atendiendo a su conexión lunar, es el viernes. En este día se la describe horneando, peinándose, tejiendo, reuniéndose con su esposo, desatando tormentas o haciendo magia. No obstante, en Aketegi, se cuenta que hace la colada los miércoles.
De ahí que todas estas actividades se llevasen a cabo tradicionalmente en estos días de la semana. Sin embargo, se evitaban otros quehaceres en viernes por considerarse un día mágico, como comenzar a realizar trabajos importantes, llevar el rebaño al monte, sacar miel de las colmenas, etc. Otras tareas se realizaban siguiendo las distintas fases del calendario lunar: en luna nueva se preparaba la tierra y se daba culto a los muertos; en luna creciente se sembraba, se habían injertos y se cortaba el pelo; en luna llena se abonaba; en luna menguante se quitaban los rastrojos, se podaba, se cosechaba y se cortaban las uñas. También se tenían en cuenta las fases de la luna para la concepción: si se deseaba una niña, se debía engendrar en luna llena, practicando sexo matutino y, si se quería un niño, se debía hacer el amor en luna menguante y por la noche.
Ortiz-Osés expone que Mari “está presta a ayudar a quien se encare a ella con un talante positivo frente a ella y a la vida que personifica y que interpreta naturalísticamente en sus mandamientos éticos”, pero también nos advierte que durante las ceremonias o rituales en su presencia, necesitamos utilizar una “cantidad de recursos que hay que poner en movimiento psíquico para poder salir victoriosos de un encuentro con ella o sus subordinados”. Barandiarán” nos indica que no conviene entrar en sus moradas (Anboto, Aketegi, Murumendi, Aizkorri, Aralar, Txindoki, Gaiztozulo, Orhi…) sin ser invitado/a, ni sentarse en su presencia mientras se habla con ella (aun cuando se tenga su permiso para hacerlo) ni darle la espalda, teniendo que salir del lugar de la misma forma en que se entró, bajo pena de quedar petrificado o ser dominado inexorablemente. Tampoco se la debe tratar de usted, ya que ella exige que se le tutee (hablar en “hika”, una forma de tratamiento cercano y de confianza). Además, no se puede coger de sus dominios nada que ella no te haya regalado (por extensión, no debes tomar nada que no sea tuyo en la vida cotidiana sin el permiso de su dueño/a).
Así se nos muestra en una leyenda de Oiartzun, en la cual la criada del casero de Matxiene fue a buscar leña al monte y vio en la entrada de una cueva a una mujer sentada al sol, peinándose. La misteriosa dama, al verse sorprendida, se retiró al interior de la cueva, dejando caer involuntariamente su peine de oro. La criada lo recogió y se lo llevó a casa. Por la noche, se escuchó en la habitación de la criada una voz extraña que decía: “Criada de Matxiene, dame mi peine de oro. Si no, te daré dolor toda tu vida”. Esta leyenda pone de manifiesto la ley que castiga el robo, pero también nos conecta con el tabú de interceder sobre el destino (ya que el peine es un instrumento para manejar el pelo o dar vida o quitar el pelo, otorgando la muerte), con la prohibición de quitarle su peine a la Etxekoandre y con la costumbre de que sea la madre o la hermana mayor la que peine a las niñas o a las ancianas de la familia.
Otra de las leyes principales de Mari obliga a decir siempre la verdad y a castigar duramente la mentira o la negación de un hecho. Esto lo podemos observar en una leyenda de Azpeitia. En ella se cuenta que un pastor llevó a pastar a sus ovejas a Murumendi y sintió sed, por lo que caminó montaña arriba en busca de una fuente. En su recorrido, encontró una caverna, donde halló a una mujer elegantemente vestida. La mujer le preguntó qué buscaba y él le contestó que buscaba agua para saciar la sed. Ella, en cambio, le ofreció sidra. El hombre recibió agradecido la sidra y quiso saber con qué manzanas se había hecho. Ella le respondió: “con las que ha dado a la negación el señor Montes de Ikaztegieta”. Con estas palabras, la Dama le dio a entender al pastor que la sidra estaba hecha con las manzanas que el señor había negado tener en su almacén. De ahí el proverbio vasco “Ezai emana, ezak eraman”: lo dado a la negación, la negación se lo lleva. Es decir, que Amalurra abastece su “despensa” a cuenta de aquellos que niegan lo que tienen y afirman lo que no es.
Otra leyenda de Vilafranca de Oria, nos muestra que uno de los castigos tradicionales por falta a la verdad era lanzar pedrisco sobre las cosechas o bien la pérdida del ganado, que eran los dos bienes que mantenían a las familias. En esta ocasión, un cura se encontró en una encrucijada de camino al pueblo con un caballero de aspecto noble, que resultó ser su avaro y presumido hermano. El caballero admiró la riqueza y hermosura de los trigales y alardeó sobre los caballos que él tenía para poder trillarlos. El cura, irritado, le contestó que él tenía buenos frenos para sujetar a tales caballos. Aquella misma tarde comenzó a gestarse una tormenta de granizo con la fuerza necesaria para asolar los campos. En realidad, en este relato, Mari no solo está castigando la falta de verdad, sino la jactancia y actitud orgullosa de estos hermanos.
Otra norma importante que debe respetarse es no faltar a la palabra dada y cumplir las promesas. Así lo podemos ver en la siguiente leyenda de Zumaya. En ella se narra el pesar de una mujer casada que no conseguía tener descendencia. Era tan fuerte su deseo de concebir que, en voz alta, dijo que quería tanto una niña que estaba dispuesta a que el diablo se la llevase cuando cumpliera los veinte años. Finalmente, le fue concedida una hija, pero cuando estaba próxima la fecha del veinte cumpleaños de esta, la madre se arrepintió de sus palabras y la recluyó en una caja de cristal ante el temor a perderla. Sin embargo, el mismo día en que la joven cumplió los veinte años, el señor del infierno se presentó, rompió la caja y se la llevó consigo. Desde entonces la doncella vivió en Amboto. Aquí, además de ver el castigo por incumplir la promesa, podemos deducir que a esa edad se consideraba tradicionalmente que una mujer era suficientemente madura para pasar de doncella a señora.
Una leyenda de Amezketa nos ilustra el valor del trabajo en la cultura vasca y el premio al esfuerzo. En ella se cuenta que una muchacha (Kattalin) fue a cuidar ovejas. Mientras estaba conduciendo al rebaño, se percató de que le falta una oveja y fue a buscarla. Al rato, la encontró en la entrada de una cueva y Mari la invitó a entrar. La Dama le preguntó quién era y de qué familia provenía. La joven respondió que era huérfana y que las ovejas pertenecían a uno de los señores del pueblo. Mari le propuso que se quedara a vivir con ella y Kattalin se quedó a servir a la Señora durante siete años. Durante su estancia aprendió a hilar, a hornear pan, a utilizar las plantas según sus cualidades, el idioma de los animales y otras habilidades, no dejando jamás la cueva. Un día, la Dama le dio su consentimiento para salir fuera. La muchacha, aunque no quería irse, tuvo que aceptar. Antes de abandonar la caverna, Mari le entregó un saco de carbón. Cuando salió fuera, la doncella descubrió, asombrada, que el carbón se había convertido en oro. Con el oro compró una casa, su propio rebaño y pudo vivir feliz sin estar bajo las órdenes de ningún señor. La honradez, capacidad de trabajo y fidelidad de Kattalin, como se puede apreciar, fue recompensada con la independencia, prosperidad, posición y habilidades que cualquier buena Etxekoandre debería ostentar.
Por contrapartida, el abandono de los deberes y la indiferencia ante la necesidad de asistencia a la comunidad son sancionados duramente, tal y como se muestra en la leyenda de la “nuera malquerida”. El relato nos cuenta la historia de una pareja joven que vivía con la madre del marido, la cual odiaba profundamente a su nuera. Debido a la falta de recursos, el hombre se tuvo que ausentar de la casa por un largo tiempo y la suegra, en su ausencia, se aprovechó de la vulnerabilidad de la mujer que estaba sola y encinta. Meses después, la mujer dio a luz a dos bebés, un niño y una niña, pero su suegra le notificó a su hijo que había parido un gato y un perro. El hijo, aterrado, pidió que expulsaran a la esposa. Entonces la suegra mandó a un criado que condujese a la mujer junto a los niños fuera de la casa y que les diera muerte en el monte, trayendo las manos y el corazón de su nuera. Junto a la mujer y los niños, también partió el perro. Al llegar al monte, el criado confesó apenado las órdenes de la suegra y buscó la manera de evitar el asesinato. Así que acabó cortando las manos de la mujer y sacrificando al perro para sacarle el corazón. Para que ella pudiera llevar a los niños sin manos, le colocó dos alforjas y los dejó en el monte, regresando a la casa con el encargo “cumplido”.
La pobre mujer vagó por el monte hasta que, cansada y sedienta, se acercó a un río a beber y darles de beber a sus hijos. Al inclinarse para que estos pudieran sorber el agua con la boca, los niños cayeron al río. La mujer lloraba viendo cómo se ahogaban sus hijos. De pronto, en la otra orilla apareció una mujer hermosa con una vara. Le pidió que sumergiese el brazo derecho y luego el izquierdo, sacando ambos miembros completos del agua. Inmediatamente, le dijo que sumergiese ambos brazos para poder sacar a sus hijos, que resurgieron vivos de las aguas. Después le entregó la vara para que la llevara a la montaña y trazase una línea en medio de un llano para que apareciese una casa donde vivir. Luego, desapareció.
Siguiendo las instrucciones de la dama, subieron al monte y la mujer trazó una raya, haciendo que apareciese ante sus ojos una preciosa casa blanca. Allí vivieron tranquilos durante algunos años. Un día, llegaron a la montaña tres cazadores que pidieron hospedaje a la señora, la cual les acogió amablemente. Uno de ellos, oyó un llanto en la habitación de la mujer y esta le pidió que cerrase la ventana, pero no pudo cerrarla en toda la noche. La siguiente noche que se quedaron a pernoctar, al segundo cazador le pasó lo mismo. La última noche, el tercer cazador llamó a la puerta para pedir cobijo, pero a este no le pidió que cerrase la ventana. Al amanecer, el niño se acercó a él y le dijo: “padre, toma este agua para lavarte”. Después se acercó la niña y le ofreció una toalla: “padre, toma esta toalla para secarte”. El cazador se quedó pasmado y entonces la mujer le contó toda la historia. Finalmente, el cazador se llevó a su esposa e hijos a su casa, pidió que su malévola madre fuese apresada y finalmente fue quemada en la plaza del pueblo.
Barandiarán subraya que las personas deben ser respetadas y que Mari prescribe la asistencia mutua como base de la convivencia entre familiares y vecinos, del mismo modo en que ella trata amablemente a los personajes bondadosos en las leyendas y los asiste en la medida en que lo necesitan.
Estas reglas de conducta, las cuales se han ido desgranando a partir de las leyendas, fueron recogidas por escrito en la obra “Atxiki Sekretua, Sorginaren Eskuliburua” de Patxi Zubizarreta, quien, influenciado por sus conocimientos de teología y la filosofía jesuita, convirtió las leyes de Mari en seis mandamientos básicos:
- No digas mentiras
- No robes
- No seas soberbio
- No faltes a la palabra dada
- No permitas que nadie te pierda el respeto
- No dejes de prestar ayuda al que lo necesita
Estos mandamientos, aunque tienen su utilidad como preceptos morales a nivel social, son demasiado simplistas y han dejado una impronta de negación, prohibición y represión en la población, elementos que no estaban presentes en las afirmaciones originales, que se hacían en positivo. No obstante, Ortiz-Osés propone un análisis más sutil y establece dos niveles de importancia: el de los imperativos (evitar la mentira, el robo y la soberbia) y el de las obligaciones (respetar al otro, asistir a los demás y cumplir con la palabra dada). Los imperativos sancionan la autoafirmación, la autonomía y la ganancia egoísta, mientras que las obligaciones son una forma de alentar la empatía, la participación, el compromiso y la solidaridad comunitaria.
Al margen de estas normas sociales, en la mentalidad del pueblo vasco existe una distinción muy clara entre la frontera del día, reservada para los mortales y las tareas cotidianas, y el mundo de la noche, reino de Gaueko y dominio de las criaturas mágicas. Aquellas personas que salen de noche, normalmente suelen sufrir algún percance, algunas veces fatal, tal y como se escenifica en muchas leyendas. Por ejemplo, se cuenta que en un caserío de Ataun, una hilandera fue retada por sus compañeras a ir por la noche a la fuente más cercana y traer agua fresca para todas. La joven aceptó y se adentró en la oscuridad del bosque. Allí oyó un grito aterrador y una brisa gélida le recorrió todo el cuerpo que anunciaba la presencia de Gaueko. La doncella jamás regreso a casa. De ahí surge el dicho vasco: “eguna egunekoentzat, gaua gauekoentzat” (el día para los del día, la noche para los de la noche”).
Hacer referencia al día y a la noche nos conduce, irremediablemente, a hablar de Eguzki (sol) e Ilargi (luna), la vida y la muerte y la existencia de dos fuerzas diferenciadas pero complementarias (indar y adur). Ilargi (la luz de los muertos) es la hija mayor de Amalurra y, aunque tiene su papel en los ciclos de nacimiento y renacimiento, así como influencia sobre las plantas y animales, ha estado tradicionalmente asociada a la muerte y a la energía mágica (adur) que circula por todos los seres y religa todas las cosas (“fuerza impansiva”). Ilargi fue la primera luz que la Madre Tierra otorgó a los seres humanos para protegerse de las criaturas de la noche, pero estos se acostumbraron a su influjo y la Dama tuvo que engendrar otra hija con un poder mayor que pudiera ahuyentar a los seres de la noche: Eguzki. Además, la Señora entregó a los seres humanos un amuleto que recordara al sol para protegerse de las criaturas mágicas: el Eguzkilore o Carlina Acaulis. En las leyendas se cuenta que si un genio veía un eguzkilore en la puerta de la casa, tenía que pararse a contar los pelillos de la flor, de modo que llegaba el amanecer y aún no había completado su tarea, retirándose al ver aparecer los primeros rayos.
Eguzki es considerada la energía de la propia vida, pues propicia el crecimiento natural tanto de plantas como de animales y, por tanto, podemos decir que se trata de una fuerza expansiva o desligadora, asociada a la causalidad (al contrario que adur, que se asocia al azar o al destino). Así, Eguzki, aunque es un ser divino, está conectada al mundo material, público, al cuerpo y lo profano, mientras que Ilargi está ligada al mundo espiritual, a la intimidad, al alma y lo sagrado. La primera tiene una polaridad más masculina, a pesar de ser una diosa, y la segunda posee una polaridad más femenina. Eguzki, además de tener el poder de ahuyentar a los espíritus y a los difuntos, aporta bendiciones y protección ante los maleficios, así como virtud sanadora a las plantas que se recogen en la Noche de San Juan.
Esta división entre el mundo natural y mágico, no obstante, estaba presente en las tareas de sanación y también en los trabajos mágicos. Se concebía que la enfermedad podía producirse por causas naturales (berezko) o por causas mágicas (aidetikakoak). Para tratar las enfermedades naturales se usaban remedios “solares” y para curar las enfermedades por causas mágicas, se hacían ritos, preferentemente nocturnos, donde se pedía la intercesión de espíritus, se usaba magia popular o folklórica o se recitaban oraciones o fórmulas tradicionales. Así pues, toda ama de casa, curandera o bruja, debía conocer y respetar los dominios y límites solares y lunares.
Empero, el caso de la “sorgina” o “belagile” (versión humanizada, fruto de la cacería de brujas) es un tanto particular porque se entiende que cabalga entre el día y la noche, ya que lleva una vida mortal durante el día y, durante la noche, se une a otras entidades nocturnas (en el momento en que el Doble viaja al mundo espiritual la fuerza de “adur” está activa en ella). Siguiendo una lógica semejante, los paisanos creen que la magia que se practique durante el día será potencialmente “benéfica” como, por ejemplo, hacer limpiezas, sanaciones o protecciones mediante “kutunak” (amuletos), mientras que durante la noche se llevan a cabo prácticas popularmente consideradas como “maléficas” (necromancia, “begizko”, “birao”…).
Por otra parte, los poderes del sol se ven asimilados en su elemento homólogo: el fuego (sua). El fuego de la chimenea ha sido considerado durante siglos un espíritu del hogar, así como un elemento activo de la Etxea y una forma de ofrenda a los antepasados. Se le atribuía un carácter protector, considerándose un signo de mal augurio que el fuego se apagase. A su vez, tenía una cualidad renovadora y también era elemento de consagración, utilizándose las cenizas del fuego en la fabricación de amuletos y como sistema de purificación para los seres que habían sido emponzoñados o ahojados. Al fuego también se le pueden pedir favores, como cuidar de un ser querido en particular, que ayude a cumplir un deseo o propiciar la segunda dentición de un niño. Tanto las cenizas del tronco de Nochebuena (Gabonzuzi) como las cenizas de la hoguera de San Juan poseen poderes especiales.
Dado que el fuego es un elemento vivificador y protector, la única persona que está autorizada a encenderlo, a nutrirlo y a “tocarlo”, es la Etxekoandre como sacerdotisa de Mari en el hogar. Igualmente, la Etxekoandre o las hijas mayores son las únicas que deben recoger agua de las fuentes o del pozo, porque el agua es otro de los símbolos sagrados de Mari y son dominios de las lamias (hadas que, por su belleza, suelen enamorar a los hombres).
Por último, el cuidado de las abejas, también es una tarea femenina, ya que es considerado un animal sagrado y un miembro más de la familia (su muerte se expresa igual que el fallecimiento de una persona). A las abejas se les informa de los devenires que acontecen a la familia pues son mensajeras de la Dama y, al morir la dueña de la colmena, un pariente cercano o un vecino allegado se les pide que despierten para que produzcan la cera que se usará para la sepultura e iluminar el camino del difunto. La importancia de las abejas en el culto doméstico trae consigo la prohibición de matarlas, al igual que está mal visto matar a una mariquita (marigorri) porque es otro de los animales asociados a Mari y a la predicción del tiempo.
Y hasta aquí llega mi disertación sobre las grandes leyes y tabús vasco-pirenaicos. En próximos artículos, iremos desentrañando los pormenores de otras normas y prohibiciones menores que poseen un sustrato mítico-mágico.
La imagen que se ha utilizado para ilustrar este post pertenece a Binary Soul, compañía creadora de un videojuego de carácter didáctico llamado “Sorginen Kondaira”, cuyo objetivo es dar a conocer la mitología vasca a los más pequeños. A continuación, comparto el enlace al juego para que conozcáis su trabajo y podáis hacer llegar este proyecto a otras personas que puedan estar interesadas: http://www.sorginenkondaira.com/