La identidad familiar posee un gran peso en la cultura y tradición vasca. Esa identidad y su finalidad, sin embargo, no viene marcada por los mismos patrones con los que describiríamos ahora la idiosincrasia particular de un grupo humano unido por lazos de parentesco.
Actualmente, funcionamos en base a una mentalidad bastante individualista, racionalista, apegada a la practicidad y a la satisfacción de necesidades variables e inmediatas. Las familias modernas, aunque preservan la interdependencia, la necesidad de intimidad y convivencia, así como el deseo de compartir un proyecto de vida en común, no tienen el mismo nivel de compromiso colectivo. Además, tienden a formar ecosistemas sociales cada vez más reducidos, a excepción de aquellas familias que dependen de los bienes de miembros de segundo o tercer grado para subsistir. Los roles dentro de la familia suelen estar, igualmente, más diluidos. Esto es así, fundamentalmente, porque las dinámicas sociales son cada vez más cambiantes ante la creciente diversidad en lo que a identidades y estilos de vida se refiere y dependemos cada vez más de las influencias externas del macrosistema para delimitar nuestro porvenir.
Por otro lado, nos vemos obligados a cambiar de residencia más frecuentemente por motivos económicos, profesionales o personales, lo cual no propicia que sintamos de forma natural una sensación de conexión con un territorio concreto. Mientras el lugar donde vivamos satisfaga unas mínimas condiciones de salubridad, confort y nos permita acceder a los recursos que necesitamos para nuestra vida diaria, es suficiente para muchos.
Empero, el pueblo vasco ha sentido un especial arraigo a la “patria chica”, aunque la carestía, el infortunio o las guerras obligaran a sus vecinos a emigrar en ciertos momentos. Las familias tradicionales no tendían a moverse demasiado del territorio porque concebían el mundo desde una perspectiva más naturalista, comunitarista y costumbrista. Confiaban en lo que la Madre Naturaleza disponía para ellos, la tomaban como modelo social favorecedor de un tribalismo unitarista e integraban el ecosistema físico y el orden psico-mítico y simbólico en su forma de vida, tal y como expone Ortiz-Osés en su teoría del matriarcalismo vasco.
Dentro de este sistema, Amalurra se situaba en el centro de todo y las necesidades particulares de sus hijos/as quedaban en un segundo plano. Esta idea, trasladada a la familia, implicaba que el territorio y la casa (símbolo evolucionado de la cueva primigenia) eran realmente los protagonistas: elementos de gran valor que debían custodiarse y preservarse y sin los cuales la familia perdía, no solo la capacidad de perdurar, sino de diferenciarse y cumplir con su propósito dentro de la comunidad. En otras palabras, la familia servía al territorio y a sus espíritus y de ellos recibía parte de sus elementos distintivos (nombre, signos característicos, habilidades e incluso poderes mágicos). En la medida en que respetaba las leyes de Mari y se preocupaba por mantener una relación de reconocimiento mutuo, respeto y devoción mediante ofrendas, promovía la intercesión de esos espíritus para garantizar su seguridad, bienestar, prosperidad, posición y permanencia a través de la transmisión del linaje y la propiedad. En resumen, su destino se encontraba íntimamente ligado al entorno natural y a la Etxea como núcleo de la vida familiar y espiritual.
La Etxea, como hemos adelantado, era mucho más que un habitáculo o un punto de encuentro. Representaba simbólicamente la morada de la Dama y también el vientre de la Madre Tierra. En consecuencia, la casa era considerada un espacio sagrado de gestación, nutrición y eterno retorno que debía cuidarse, tanto a nivel de limpieza y armonía, como de recursos materiales, humanos y espirituales. En términos de herencia, era indivisible y se legaba al hijo o hija primogénito/a, quedando para los/as hijos/as menores otros terrenos o posesiones (muebles, joyas, ropa, herramientas, vajillas, etc). La persona encargada de la gestión de la Etxea, por derecho, era la Etxekoandre o señora de la casa, cuyo título recaía en la mujer mayor de la familia. La Etxekoandre actuaba como representante de la Dama entre los mortales y, tal y como nos describe Barandiarán, era la encargada del culto doméstico, presidiendo todos los actos culturales, sociales y devocionales. Ella se ocupaba de mantener la higiene y “echar los malos aires” (alejar a Aide, genio del aire), atrayendo los buenos; bendecir a los habitantes de la casa, a los animales y a los cultivos, al menos, una vez al año; prender la lumbre y mantener siempre encendido el fuego del hogar; atender a los niños, los enfermos y los ancianos; propiciar las buenas relaciones entre los vecinos; rendir homenaje periódicamente a los antepasados (etxekojaunak) y mantener la comunión con los espíritus de la zona; preservar la tradición oral y las costumbres, educando a los miembros más jóvenes. En ausencia o incapacidad de la Señora de cumplir con estas obligaciones, recaían sus tareas en la hija mayor de la casa, en la hermana siguiente o en la Andereserora.
Como se puede apreciar, la Etxea no era un espacio únicamente destinado a cobijar a los seres humanos: tenía en cuenta a todas las criaturas vivas, a los difuntos y a las entidades invisibles. Era bastante común plantar un árbol junto a la casa que servía de conexión con las energías telúricas y, en ocasiones, éste pasaba a convertirse en símbolo de la propia casa o en elemento distintivo de la propia familia (escudo). Asimismo, muchos apellidos y solares vascos están asociados a un árbol típico de la zona (roble, encina, castaño, haya, manzano…), un animal (lobo, buey, águila, oso, jabalí, serpiente, abeja…), plantas (cardo, espino, boj, helecho, zarza, brezo, malva…) o a puntos concretos del territorio (monte, peña, zona rocosa, valle, fuente, era de trillar, camino en el bosque..). Otro detalle a considerar es que muchos baserri tenían colmenas y mantenían lazos estrechos con las abejas, hasta el punto de considerarlas miembros de la familia y contarles las novedades que acontecían en su vida. Todos estos datos nos permiten atisbar la estrecha relación que una vez existió entre los humanos y los espíritus del territorio, siendo estos quienes influían de una manera destacada sobre la construcción de nuestra identidad, nuestra experiencia y devenir en este mundo.
Comprender que somos resultado de la influencia del territorio, de la historia de nuestros antepasados y del poder de la transmisión de estos antiguos pactos mediante la sangre (“Hilo rojo” de la Señora), nos permitirá reactivar en nosotros lo que el autor Robin Artisson denomina “marca flamígera” (huella del Maestro sobre nuestra alma).
Desde mi humilde experiencia, reconectar con los lugares donde vivieron mis antecesores y con su historia, adentrarme en el simbolismo de los escudos territoriales y familiares (que no son otra cosa que mapas o llaves en forma de sigilos), alimentar una íntima relación con mis ancestros, reactivar la relación con los guardianes de los lugares y construir una convivencia armoniosa con los espíritus del hogar, han sido elementos clave para definir mis prácticas espirituales. Paralelamente, en la medida en que he regresado a la naturaleza salvaje y me he enfrentado a las sombras de mi propia alma, he podido comprender el peso y el sentido del totemismo vegetal y animal en la tradición vasca.
A pesar de todo el trabajo realizado hasta ahora, que no ha sido poco, soy consciente de que el mérito de haber avanzado en este sendero no ha sido realmente mío. Simplemente he recogido el testigo o la antorcha de aquellos/as que me precedieron y he tratado de honrar el poder de la sangre, que me conecta con mi tierra, con mi familia en un sentido extenso y con los Antiguos. Pues ellos son los verdaderos iniciadores en el camino de la brujería.
La fotografía de portada es obra de Natalia Deprina y fue recopilada a través de Pinterest: https://www.pinterest.es/Katincan88/natalia-drepina/?lp=true
Buenas María. Debo decir que este artículo no solo me ha parecido interesante como informativo, es que tiene una parte que me ha impactado bastante una parte por motivos relacionados con una cierta experiencia reciente mía. ¿Sería posible o te importaría que te pregunte por alguna vía más privada una opinión personal y algo más informativo?
Gracias por adelantado.
No tengo ningún inconveniente en que me preguntes abiertamente sobre este tema o cuestiones relacionadas con los artículos del blog.Puedes escribirme por privado al email: porencimadetodaslaszarzas@gmail.com
¡Gracias! Mañana te escribo ^^.